jueves, 10 de marzo de 2011

Experimento de Milgram.

A finales de la década de 1960, un psicólogo llamado Stanley Milgram realizó una serie de experimentos que trataban de demostrar cómo una situación determinada puede imponerse a la conciencia individual de una persona, cómo una obediencia a una autoridad puede servir para anular completamente esa conciencia y así poder comprender mejor algunas de las atrocidades que la humanidad ha realizado a lo largo de su historia, como el Holocausto Nazi y otros genocidios similares.

Milgram cogió para los experimentos a gente de todas las clases sociales. Todos ellos cobraron 4,5 dólares por hora. A todos se les dijo que el experimento era un estudio sobre el aprendizaje y el castigo.
El experimento lo realizaba un científico serio con bata blanca. Entre los concurrentes había verdaderos participantes del experimento y actores compinchados con el señor de la bata blanca, evidentemente los primeros no sabían que los segundos eran actores.
Se realizaba un pequeño sorteo en el que se repartían las dos funciones a realizar en el experimento. Una de ellas era la de profesor y otra la de alumno. El sorteo no era tal y estaba preparado para que el actor siempre fuera el alumno y el profesor fuera el ingenuo participante.
La función del profesor era leerle al alumno una lista de palabras que éste debía asociar con otras. Si el alumno fallaba, el profesor activaba una máquina que le propinaba al alumno una descarga que iba incrementando su potencia en cada fallo. Empezaba con 15 voltios y terminaba con 450. Lo que no sabía el profesor era que esas descargas no se producían en realidad, sino que el actor simulaba recibirlas con una respuesta proporcional a la intensidad teórica de la descarga, con expresiones de dolor, gritos, suplicas de que pararan el experimento o golpes en el vidrio translúcido que le separaba del participante, cuando llegaban a los últimos niveles de intensidad, el actor se convulsionaba y fingía incluso un coma.
Cada vez que el profesor en algún nivel decía que no quería seguir, el científico de la bata blanca, le decía una de estas frases por orden, con firmeza pero sin gritar.

1ª.- Continúe, por favor.
2ª.- El experimento requiere que usted continúe.
3ª.- Es absolutamente esencial que usted continúe.
4ª.- Usted no tiene opción alguna. Debe continuar.

Si el profesor se negaba una vez le decía la primera frase, si se negaba dos veces la segunda y así hasta que se negase cinco veces, momento en el que se paraba el experimento.

Muchos participantes sudaban nerviosos por el sufrimiento infringido al alumno, se mordían los labios, todos se sentían altamente incómodos y pedían parar el experimento, pero la sorpresa de Milgram fue que el 65% de los participantes llegaron a los 450 V. con la simple firmeza de la autoridad que representaba el científico de la bata blanca.

Este experimento se ha vuelto a hacer varias veces en sitios distintos como Australia, Alemania, Jordania y otros países. En todos estos lugares se han repetido los resultados.

Lo verdaderamente interesante del experimento son las conclusiones que se sacan de él. La fundamental es que en una determinada situación, una persona se mira a sí misma como un mero objeto que realiza lo que otra persona le indica, desprendiéndose de toda responsabilidad de estos actos y atribuyéndosela únicamente a la persona que le ordena los mismos en su función de autoridad.
Por ejemplo un pelotón de fusilamiento no siente responsabilidad por matar a gente desarmada y con las manos atadas. Ellos obedecen la voz de fuego y actúan con el convencimiento de que el responsable es aquel que ha ordenado el fusilamiento. A esto se le denomina teoría de la cosificación.
Ejemplo más reciente de esta teoría en España, lo encontramos en los Guardias Civiles que entraron el 23-F al Congreso de los Diputados acompañando al Teniente Coronel Tejero y dispararon con sus armas al techo del hemiciclo, consiguiendo que el grueso de Diputados se tirara al suelo; seguramente actuaban como simples manos ejecutoras de las ordenes del Mando.
Otra conclusión que se saca de los experimentos, es que en estas situaciones aparece de nuevo la teoría de la disonancia cognoscitiva, que ya expliqué en este blog. De tal manera que cuando el que ejecuta la acción se siente incómodo con ella, realizarla le produce una disonancia cognoscitiva que tiene que romper. Podría dejar de realizar la acción, pero esto le resulta altamente difícil, porque implica enfrentarse con la autoridad, es entonces cuando su cerebro adopta la defensa de la obediencia debida y la teoría de la cosificación para justificar las acciones, terminando con la disonancia y volviendo al equilibrio, a la coherencia de sus actos con sus cogniciones o pensamientos, a la comodidad de realizar actos que consideraba injustos habiendo encontrado su justificación, en definitiva, a la voluntaria pérdida de la libertad de decidir para que otros decidan por él, eso sí, asumiendo estos toda la responsabilidad o mejor dicho desprendiéndose él de la suya.

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